Ahora sí. Tras mucho ruido, múltiples retrasos y algunos acuerdos de los que no se conocen demasiados detalles (como los firmados con la Unión Europea o Japón), parece que Donald Trump ha procedido a hackear el sistema comercial internacional. El término hackeo es del economista Richard Baldwin, que explica en su último libro que, más que modificar o reformar los acuerdos comerciales de Estados Unidos, el presidente Trump pretende generar un cortocircuito masivo en el sistema global para que el mundo deje de “aprovecharse” y “tomar el pelo” a los estadounidenses.
La subida de barreras al comercio más intensa desde 1930 forma parte de una visión del mundo que se regocija en el derrumbe del orden global liberal basado en reglas
Ahora sí. Tras mucho ruido, múltiples retrasos y algunos acuerdos de los que no se conocen demasiados detalles (como los firmados con la Unión Europea o Japón), parece que Donald Trump ha procedido a hackear el sistema comercial internacional. El término hackeo es del economista Richard Baldwin, que explica en su último libro que, más que modificar o reformar los acuerdos comerciales de Estados Unidos, el presidente Trump pretende generar un cortocircuito masivo en el sistema global para que el mundo deje de “aprovecharse” y “tomar el pelo” a los estadounidenses.
Si no hay más sobresaltos, el 7 de agosto entrarán en vigor múltiples aranceles que elevarán hasta alrededor del 15% en media lo que los bienes extranjeros tienen que pagar por entrar en Estados Unidos. Son unos 10 puntos más que antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca en enero, y mucho más para algunos sectores y países concretos. Esto terminará por elevar los precios que pagan los consumidores, lo que hará daño sobre todo a los más pobres.
Se trata de la subida de barreras al comercio más intensa desde hace casi 100 años, cuando el conocido como “infame” arancel Smoot-Hawley de 1930 abrió la guerra comercial que intensificó el impacto de la Gran Depresión y atestó un duro golpe al sistema de cooperación económica internacional. Además, estos aranceles suponen otro clavo en el ataúd del sistema de reglas del comercio internacional imbricado en la Organización Mundial de Comercio. Como cada país ha negociado bilateralmente con Estados Unidos, se volverá casi imposible la aplicación de los principios de cláusula de nación más favorecida y no-discriminación, que constituyen la columna vertebral del sistema de reglas que ha ordenado el comercio internacional (y gestionado sus disputas) en los últimos 80 años.
Los aranceles son una parte esencial tanto de la cosmovisión nacionalista de Trump como de su política exterior neo-imperialista. En el campo doméstico, le sirven para controlar la atención y el ciclo de noticias. Además, está convencido de que le permitirán recaudar más y así financiar las bajadas de los otros impuestos que ha recortado con su “One, Big, Beatiful Bill”, reindustrializar Estados Unidos, reducir el déficit comercial bilateral de bienes con otros países (los servicios, para él, son “invisibles”, aunque Estados Unidos tiene un abultado superávit en este sector), forzar la depreciación del dólar para ganar competitividad-precio en el sector exportador y, cómo no, enriquecerse impulsando sus negocios y otorgando prebendas.
Algunos de estos objetivos son contradictorios entre sí, y otros, más bien ilusorios: la industria manufacturera es poco probable que regrese a Estados Unidos, el déficit comercial solo se reduciría si aumentara la tasa de ahorro y se redujera el déficit público (que es justamente lo contrario que ha hecho son su política fiscal), y la recaudación arancelaria, además de regresiva, es insuficiente para sustituir al impuesto sobre la renta o cerrar el abultado y creciente déficit público.
En el campo de la política exterior, Trump ve en los aranceles una varita mágica para extraer concesiones y equilibrar los agravios que, según él, ha sufrido Estados Unidos (“la Unión Europea se creó para fastidiarnos”, dijo, “y les haremos pagar”), inmiscuirse en la política interna de otros países (los aranceles para Brasil, por ejemplo, serán del 50% a menos que se retiren los cargos por intento de golpe de Estado al expresidente Jair Bolsonaro) o, sencillamente, ejercer de matón contra quien no se pueda defender. Pero, además de rechazar los bienes extranjeros, Trump tampoco quiere inmigrantes, estudiantes internacionales o películas extranjeras. Y tampoco parece importarle que, en principio, el establecimiento de la mayoría de los aranceles sea ilegal. Los ha justificado sobre la base de una “emergencia económica nacional”, pero Estados Unidos tiene pleno empleo, sigue creciente y tiene un sector tecnológico en plena forma.
El hackeo arancelario, por tanto, forma parte de una visión postliberal del mundo, visión que atrae por igual al movimiento Make America Great Again y a las ultraderechas de otras latitudes, que ven con regocijo tanto el derrumbe del orden liberal internacional basado en reglas como de los contrapesos institucionales sobre los que se asienta la democracia liberal.
Federico Steinberg es catedrático Príncipe de Asturias en la Universidad de Georgetown e investigador principal del Real Instituto Elcano
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