<p class=»ue-c-article__paragraph»><strong>Trump</strong> y los mercados son como Tom y Daisy en <i>El Gran Gatsby</i>, «destrozan cosas y seres y luego se retiran a su dinero o a su enorme despreocupación o a lo que sea que los mantiene unidos, y dejan que otros limpien el desastre que han causado». Durante años, los inversores han bailado al son de melodías ficticias: tipos de interés artificialmente bajos, estímulos fiscales desbordados y una fe casi religiosa en que los riesgos -geopolíticos, climáticos, sociales- nunca romperían el hechizo. Pero las burbujas llevan en su ADN la semilla de su colapso. Hoy, con los mercados temblando y una deuda global que supera los 307 billones de dólares, la pregunta no es si estallará, es quién la pinchará. Donald Trump, paradójicamente, podría ser tanto el pirómano como el bombero en este Gatsby mercantil que es tan de fuego y ceniza como el uso de ambos en la novela.</p>
Trump y los mercados son como Tom y Daisy en El Gran Gatsby, «destrozan cosas y seres y luego se retiran a su dinero o a
Trump y los mercados son como Tom y Daisy en El Gran Gatsby, «destrozan cosas y seres y luego se retiran a su dinero o a su enorme despreocupación o a lo que sea que los mantiene unidos, y dejan que otros limpien el desastre que han causado». Durante años, los inversores han bailado al son de melodías ficticias: tipos de interés artificialmente bajos, estímulos fiscales desbordados y una fe casi religiosa en que los riesgos -geopolíticos, climáticos, sociales- nunca romperían el hechizo. Pero las burbujas llevan en su ADN la semilla de su colapso. Hoy, con los mercados temblando y una deuda global que supera los 307 billones de dólares, la pregunta no es si estallará, es quién la pinchará. Donald Trump, paradójicamente, podría ser tanto el pirómano como el bombero en este Gatsby mercantil que es tan de fuego y ceniza como el uso de ambos en la novela.
Trump encarna el espíritu de una era donde la política y los mercados se mezclan en un cóctel volátil. Durante su mandato, los recortes fiscales de 2017 y la laxitud de la Fed inflaron un rally bursátil que ya se calificaba de insostenible. Pero la euforia tiene caducidad. Su segundo acto llega en un contexto algo distópico donde la economía quiere anclarse a sectores y energías en declive, la deuda pública aumenta rápidamente y las tensiones comerciales resurgen como fantasmas y agitan espectros de inflación. Si en 2016 Trump fue el combustible, en 2024 podría ser la chispa.
La razón es sencilla: los mercados odian la incertidumbre, y Trump es su poeta laureado. Sus promesas de aranceles -un déjà vu de 2018, pero amplificado- amenazan con reavivar guerras comerciales que podrían recortar el crecimiento global en 0,7 puntos anuales, el doble que en su primera presidencia. A esto se suma su retórica sobre abandonar la OTAN o revisar acuerdos climáticos, variables que ni los algoritmos más sofisticados pueden modelizar. Trump rompe la máxima kafkiana y en la lucha entre él y el mundo, apuesta contra el mundo. Lo que deriva en un espejo roto: todos los pedazos cortan y nadie sabe dónde caerán los fragmentos. Además, las rebajas fiscales implementadas durante su administración han aumentado significativamente el déficit fiscal, limitando la capacidad de respuesta ante una posible recesión. Esta combinación de políticas podría desatar un efecto dominó: aumento de la inflación, incremento de los costos para las empresas y una disminución del poder adquisitivo de los consumidores. Todo ello podría culminar en una corrección abrupta de los mercados, evidenciando que Trump podría ser quien finalmente pinche la burbuja financiera.
Al fin y al cabo, las burbujas son fenómenos psicológicos. Requieren fe colectiva, narrativas seductoras -«esta vez es distinto»- y olvido de las lecciones del pasado. Trump, asiduo manipulador de relatos, podría desencadenar el momento Minsky -ese instante en que la euforia se torna pánico- no por lo que haga, sino por lo que simboliza: el fin de la ilusión de control. En El gran Gatsby, Fitzgerald retrató el sueño americano como una tumultuosa oscuridad del pasado que arde para renacer. Hoy, ese sueño se ha convertido en una pesadilla de excesos: big tech valorada en ratios de 30 veces los beneficios generados, inversores privados comprando empresas con deuda al 8% de interés, y familias gastando el 60% de su renta en vivienda.
Europa, mientras tanto, se debate entre dos mundos. Por un lado, la tentación de seguir el baile: relajar regulaciones, imitar los recortes fiscales de Estados Unidos y apostar por un crecimiento rápido, pero frágil. Por otro, aceptar que las caídas son inevitables, pero tejer redes fiscales y sociales para que nadie se estrelle. Las burbujas no se negocian, estallan y del fuego renacen cenizas. En economía los finales felices son raros; los prudentes, un lujo; y los esfuerzos por renacer del fuego, frecuentes.
*Francisco Rodríguez Fernández es catedrático de Economía de la Universidad de Granada y economista sénior de Funcas.
Actualidad Económica