<p class=»ue-c-article__paragraph»>En un colegio de tres alumnos es imposible despistarse, sacar una chuleta o no llevar hechos los deberes, porque, antes o después, la maestra acaba sabiéndolo. A cambio no hay <i>bullying </i>ni peleas, ni actividades extraescolares por las tardes, ni exámenes de recuperación. La conexión a internet no siempre funciona, pero los más pequeños aprenden muchas cosas de oído, casi sin querer, porque la profesora se las explica a los mayores delante de ellos. Así se supo antes de tiempo las tablas de multiplicar<strong> Antonio García</strong>, de nueve años, que está en la misma clase que su hermana <strong>Alicia</strong>, de seis, y que <strong>Miguel García</strong>, que tiene 11 años y no es pariente de los otros dos aunque se apellide igual que ellos.</p>
Las familias de San Benito logran salvar la escuela más pequeña de Castilla-La Mancha. Mantener un centro rural cuesta un 452% más que uno ordinario
En un colegio de tres alumnos es imposible despistarse, sacar una chuleta o no llevar hechos los deberes, porque, antes o después, la maestra acaba sabiéndolo. A cambio no hay bullying ni peleas, ni actividades extraescolares por las tardes, ni exámenes de recuperación. La conexión a internet no siempre funciona, pero los más pequeños aprenden muchas cosas de oído, casi sin querer, porque la profesora se las explica a los mayores delante de ellos. Así se supo antes de tiempo las tablas de multiplicar Antonio García, de nueve años, que está en la misma clase que su hermana Alicia, de seis, y que Miguel García, que tiene 11 años y no es pariente de los otros dos aunque se apellide igual que ellos.
Alicia, Antonio y Miguel, compañeros de aula pese a sus edades distintas, son los tres únicos alumnos del colegio público de San Benito, una pedanía de 180 habitantes que depende administrativamente de Almodóvar del Campo (Ciudad Real) aunque se encuentra a 81 kilómetros de distancia de este municipio. Para desplazarse de un lugar a otro hay que conducir durante una hora cambiando siete veces de carretera, además de entrar y salir de Andalucía. El pueblo, con paredes encaladas, cortinas en las puertas y macetas con geranios, tiene una plaza con su iglesia, un bar, una pequeña tienda de alimentación y un consultorio al que acude el médico tres veces por semana, aunque los vecinos suelen ir al ambulatorio de Pozoblanco, en Córdoba, porque los gobiernos de Andalucía (Partido Popular) y Castilla-La Mancha (PSOE) tienen un acuerdo para prestarles atención sanitaria.
El colegio de San Benito, inaugurado en 1991 por Camilo José Cela, está en lo alto de la aldea, junto a una antigua granja de cerdos y entre caballos que pastan en libertad. Se trata de un edificio funcional en dos plantas con dos aulas, dos baños, dos despachos para profesores y una sala que sirve de gimnasio y de patio cuando llueve. Si hace bueno, en las clases de Educación Física los alumnos corren por el campo y se bañan en el río Guadalmez. En vez de un timbre que anuncie el cambio de clase, sus horarios se guían por las campanas de la iglesia. El horario es de 9.00 a 14.00 horas. No hay comedor escolar. Los críos almuerzan en sus casas y por la tarde juegan en la calle, si no tienen deberes. En total, hay siete niños en el pueblo. Se cuidan unos a otros y los vecinos también están pendientes. «Somos como una familia», dicen las madres. Educa toda la tribu.
De hecho, a la puerta del colegio acuden a recibir a EL MUNDO los niños, las maestras, las madres, las vecinas y el alcalde de la pedanía, Gregorio Ruiz, que nació en San Benito hace 54 años y ha sido testigo de cómo la falta de trabajo provocó un progresivo éxodo hacia la Comunidad de Madrid, Barcelona y Alicante. El 80% de las casas del pueblo están vacías y se venden por entre 20.000 y 40.000 euros.
«Aquí llegó a haber 2.600 habitantes hacia 1950, pero ahora tenemos sólo 180, y el 60% están jubilados. Lo mismo ha pasado con el colegio, que el curso pasado tenía seis alumnos. Como se marcharon tres, todos pensábamos que el centro iba a cerrar y que a partir de este curso los chicos tendrían que desplazarse 20 kilómetros para ir a la escuela más cercana a través de una carretera que en invierno es peligrosa porque tiene mucho hielo y niebla», explica Gregorio Ruiz.
La normativa autonómica exige un mínimo de cuatro estudiantes para tener abierto un colegio. Si no llega a este tope, se cierra porque, con un número tan bajo de alumnos, los costes de personal docente se disparan. A mediados del pasado mayo, los vecinos se movilizaron y escribieron a la Consejería de Educación. Sus argumentos convencieron a la Junta de Castilla-La Mancha, que ha accedido a hacer una excepción. Su decisión ha provocado que hasta el alcalde de San Benito, que es del PP, diga que «las cosas, en esto, se están haciendo bien», un elogio políticamente impensable en estos tiempos.
«El caso de San Benito demuestra que buscamos oportunidades para todos, vivamos donde vivamos, y para eso está claro que se necesita una financiación ajustada al territorio», expresa el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. En Castilla-La Mancha hay 249 municipios con colegios públicos con poco alumnado y al Gobierno regional le cuesta mantenerlos un 452% más que los centros ordinarios. La caída de la población en edad escolar es un problema que afecta a toda España -en la última década los colegios de segundo ciclo de Infantil y Primaria han perdido más de 500.000 niños-, pero especialmente a las zonas rurales.
Los repartidores no quieren llevar paquetes hasta San Benito porque dicen que está muy lejos y para reponer el gasoil hay que avisar con un margen de dos semanas, pero, al menos en educación, disponen de más recursos que en las escuelas ordinarias de otros municipios más grandes, según admiten las familias. «Tenemos más profesorado, hemos luchado mucho para que los niños de la escuela rural tengan las mismas oportunidades que las zonas más pobladas», expresa Aurora Moreno, directora del Centro Rural Agrupado (CRA) Entre Jaras, que agrupa cuatro colegios: el de San Benito, el de Alamillo, el de Almadenejos y el de Guadalmez, que, en total, suman 64 alumnos y 20 maestros.
En San Benito está siempre la tutora, la profesora interina Pilar García, que viaja cada día en coche desde su casa en Argamasilla de Calatrava, a una hora y cuarto de distancia. Los tres niños reciben, además, clases de cuatro docentes itinerantes que los visitan un día a la semana cada uno. José María, el maestro de Educación Física, va los lunes. Inma, la de Religión, acude los martes. Los jueves está Manuel, el orientador, y los viernes es el día de Mamen, la de Música, que sostiene que «estos alumnos cuidan mucho más el material que los niños de colegios más grandes».
«Y también se conocen los nombres de todos los animales y de todos los tipos de plantas y de árboles, así como las tradiciones de los pueblos, y tienen más contacto con los abuelos», coincide Aurora Moreno, que el año que viene tiene previsto jubilarse tras llevar 38 de maestra y 15 de directora.
¿Cómo se da clase en un colegio con alumnos de distintas edades? Los cursos anteriores, explica Moreno, cuando había niños tanto en Infantil como en Primaria, se separaban en dos grupos y, mientras unos hacían proyectos, otros estudiaban Conocimiento del Medio. Ahora como Alicia, Miguel y Antonio están los tres en Primaria, permanecen todo el rato en la misma clase.
«El problema del aula unitaria es que están juntos todas las sesiones pese a que los niveles son dispares, porque van de 1º a 6º de Primaria, hay seis cursos de diferencia. Yo en una hora imparto tres niveles distintos. Tengo que preparar tres programaciones, tres temarios, tres tipos de deberes y tres modelos de examen. Procuro buscar temas que se puedan poner en común para los tres niveles, pero a veces no coinciden. Mientras explico a unos, los otros leen o hacen su tarea», asegura la tutora.
Dice que donde más problemas tiene es en Inglés, porque en Primaria hay muchas actividades de listening y se notan mucho las diferencias de nivel entre Alicia y Miguel. «Nos están resultando muy útiles las tabletas, porque se traen sus cascos y pueden escuchar audios adaptados a su aprendizaje, aunque a veces falla la conexión», destaca. Los niños usan dispositivos electrónicos a partir de 4º.
«Yo aprendo lo mismo que Antonio y Miguel pero con otro libro», resume la pequeña Alicia. «Yo prefiero el colegio con pocos alumnos, porque se tarda menos en explicar los ejercicios», considera Miguel, que añade: «Es imposible perder el tiempo, no nos podemos despistar ni distraer».
Lo que cuentan las familias es que «este sistema es muy bueno para los pequeños porque aprenden cosas de los mayores y están más despiertos, porque llegan a casa contando la lección que ha explicado la maestra a sus compañeros», en palabras de Dominga Carbonero, la madre de Miguel. «También los mayores, cuando han colaborado con los pequeños en los proyectos de robótica o de Picasso, han aprendido cosas que antes no sabían y se hacen más responsables cuidando de ellos», señala Mónica Silveria, la madre de Antonio y Alicia, que ve que la confianza y la cercanía que ha ganado con las maestras de sus hijos no podría disfrutarlas en un colegio de un pueblo más grande.
No lo tienen fácil, sin embargo, cuando quieren jugar al fútbol. Antonio, del Real Madrid, y Miguel, del Barcelona, se ponen uno frente a otro, pero a veces se aburren, como en otros juegos de equipo. Tampoco están muy habituados a relacionarse con muchos niños a la vez. «Al estar acostumbrados a ver a los mismos, no conocen a gente nueva y les faltan algunas habilidades sociales porque se quedan algo cortados cuando están con grupos más grandes», dice Dominga Carbonero. Alicia no tiene compañeras de su edad en el pueblo.
Otro problema es la falta de institutos de Secundaria en un entorno cercano. Castilla-La Mancha y Andalucía se han puesto de acuerdo para financiar el traslado de los alumnos a Torrecampo (Córdoba) hasta 4º de la ESO, que es cuando termina la enseñanza obligatoria. Pero en Bachillerato no hay transporte escolar gratuito para los hijos mayores de Mónica y Dominga, que, al no haber autobuses interurbanos, tendrán que pagar alrededor 250 euros por cada alumno para llevarlos en un coche particular a Torrecampo. Se trata de una cantidad inasumible para las familias.
Dominga, que nació en el hospital de Puertollano, pasó la infancia en una finca cercana a San Benito donde su padre trabajaba como guarda. Se instaló definitivamente en la aldea cuando se casó con su marido, que cuida una finca de caza mayor, para que sus hijos pudieran ir al colegio. Ahora lleva el mantenimiento de esta escuela, que también ha dado trabajo como conserje a la cordobesa Mónica Silveria, cuyo marido es ganadero.
El centro escolar no sólo está formando a sus hijos, sino que les proporciona empleo. «Si se cierra el colegio, el pueblo se muere, porque las familias jóvenes con hijos se marcharán», expresa Mónica. Y Dominga añade: «Un pueblo sin escuela es como si no hubiera nada. Es muy importante».
Lectura. La Reina inauguró ayer en La Rioja el curso escolar, acompañada de la ministra Pilar Alegría, animando a los niños a la lectura. El sindicato CSIF propuso movilizaciones tras advertir que la escuela pública ha reabierto con un déficit de 44.442 docentes en toda España y una interinidad del 32,41%.
600. La Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (Ceapa) denunció ayer que las familias con niños en edad escolar pueden llegar a pagar hasta 600 euros de diferencia por alumno según las CCAA.
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