<p><i>Un fantasma en la batalla,</i> el regreso al cine después de casi ocho años de Agustín Díaz Yanes (se toma su tiempo), es <i>La infiltrada,</i> la película que el año pasado estrenó Arantxa Echevarría y que mereció el Goya a mejor película. Las dos tratan de la banda terrorista ETA, las dos lo hacen desde el personaje solo y acosado de un topo de la policía (como antes que ellas ya propusiera <i>El lobo,</i> de Miguel Courtois) y las dos son excelentes relatos perfectamente coherentes con sus intenciones. Cuidado, que no digo que se parezcan, digo que son la misma película. Y eso, pese a lo que alguno pueda pensar, las hacen aún mejores. No tardarán en surgir estudios sesudos, críticas y hasta tesis doctorales que analicen por qué el personaje que ahora interpreta Susana Abaitua no es exactamente igual al que encarnó Carolina Yuste, ni el de Andrés Gertudrix al de Luis Tosar, ni Raúl Arévalo tiene algo que ver con Diego Anido. Y así. <strong>Los habrá que prefieran la lectura clara y violentamente feminista de Echevarría y los que se queden con la profundidad psicológica y facilidad para las metáforas encendidas de Díaz Yanes. </strong>Y como sea que somos así, espérate que no se monte la más grande.</p>
El regreso de Díaz Yanes, de la mano de una soberbia Susana Abaitua, recupera la figura de la infiltrada a la vez que acierta a trazar el periplo de la banda terrorista desde los años 90 hasta mediados de los 2000
Un fantasma en la batalla, el regreso al cine después de casi ocho años de Agustín Díaz Yanes (se toma su tiempo), es La infiltrada, la película que el año pasado estrenó Arantxa Echevarría y que mereció el Goya a mejor película. Las dos tratan de la banda terrorista ETA, las dos lo hacen desde el personaje solo y acosado de un topo de la policía (como antes que ellas ya propusiera El lobo, de Miguel Courtois) y las dos son excelentes relatos perfectamente coherentes con sus intenciones. Cuidado, que no digo que se parezcan, digo que son la misma película. Y eso, pese a lo que alguno pueda pensar, las hacen aún mejores. No tardarán en surgir estudios sesudos, críticas y hasta tesis doctorales que analicen por qué el personaje que ahora interpreta Susana Abaitua no es exactamente igual al que encarnó Carolina Yuste, ni el de Andrés Gertudrix al de Luis Tosar, ni Raúl Arévalo tiene algo que ver con Diego Anido. Y así. Los habrá que prefieran la lectura clara y violentamente feminista de Echevarría y los que se queden con la profundidad psicológica y facilidad para las metáforas encendidas de Díaz Yanes. Y como sea que somos así, espérate que no se monte la más grande.
Lo cierto es que ETA es nuestro Vietnam.
Nunca nadie protestó por el hecho de que en 1978 se estrenaran El regreso y El cazador. La primera de Hal Ashby, la segunda de Michael Cimino y las dos sobre las secuelas físicas y psicológicas de la guerra de Vietnam. Y un año después, Apocalypse now, de Coppola. Una década más tarde, lo mismo. La chaqueta metálica y La colina de la hamburguesa coincidieron en cartelera y hasta en la trinchera. Una de Stanley Kubrick y otra de John Irvin. Unos meses antes, Oliver Stone revolucionaba la lectura del conflicto eterno con Platoon desde la carne de su propia biografía. Y tampoco hubo queja. Todas, aunque alguien lo dude, son la misma película, la misma historia y hasta la misma herida. Y todas responden a idéntico deseo de entender lo sencillamente ininteligible; de acercarse, aunque solo sea un instante, a asuntos tales como el perdón, la justicia, la culpa o, por qué no, la muy triste venganza, que también.
Lo cierto es que ETA es nuestro Vietnam.
Para situarnos, Un fantasma en la batalla arranca a principios de los 90. Es entonces cuando la joven guardia civil protagonista se convierte en agente encubierto. Primero se introduce en los ambientes que la prensa da en llamar radicales para, poco a poco, con paciencia y mucha mano izquierda (con perdón), ganarse la confianza del personaje de Iraia Elias que le franqueará el paso hasta las tripas mismas de la organización. De fondo, como diría el pasodoble, pasa España. Todo cambia el día de enero de 1995 en que es asesinado Gregorio Ordóñez. Y todo vuelve a cambiar una y otra vez con cada asesinato. Y luego Fernando Múgica Herzog. Y luego Francisco Tomás y Valiente. Y luego Miguel Ángel Blanco. Y luego Fernando Buesa. Y luego José Luis López de Lacalle. Y luego Ernest Lluch… Y entremedias tanto otros. Y así hasta que el Estado logró desmantelar los zulos de la banda en la Operación Santuario en 2004 y que, hay consenso, fue el principio del fin o, mejor, el principio de un nuevo principio.
El director hilvana con una precisión desusada la realidad y la ficción. La idea no es tanto ilustrar nada, que quizá también, como hacer coincidir la temperatura moral, digámoslo así, de la protagonista con la propia del espectador. Los acontecimientos que marcaron a fuego la historia reciente de un país entero se suceden en la parte de atrás, en la memoria arrasada de todos. Y eso a la vez que la película avanza pautada, enérgica y vibrante sobre la pantalla. Los dos ritmos que ofrece un guion tan sabio como medido colocan a la audiencia en la postura siempre incómoda de saberse entretenido y hasta feliz por la más triste historia jamás contada. Hay soledad en la mirada del personaje de Abaitua que para ser la que tiene la obligación de ser ha de renunciar antes a todo lo que es. Y hay culpa en la mirada de todos ante la desolación de un paisaje por fuerza arrasado.
No está claro que sea una buena decisión convertir a la protagonista en traductora de inglés. Pero no una cualquiera, sino además experta en Yeats. También genera dudas que el modo para comunicarse de manera cifrada con el mando sea el más exquisito repertorio de canción italiana. Pero hay que reconocer que hay determinados caprichos de guionista que funden el raccord, pero alegran el día. Sin la facilidad para los idiomas de la agente, nos quedaríamos sin escuchar los versos que dicen: «No lucho por deber, por ley, por un caudillo/ ni tras gloria y clamor de multitudes./ Un solitario impulso de delicia/ me trajo a este tumulto entre las nubes». Y eso sí que sería una pérdida. Y sin el curioso método de comunicación no podríamos escuchar a Mina, Nicola di Bari o Patty Pravo. Y eso sí que no.
Hace no tanto, Borja Cobeaga reflexionaba sobre ETA y lo suyo con ETA. El director de películas como Negociador y Fe de etarras se mostraba convencido de que la comedia (eso son sus dos trabajos), no solo no resulta inoportuna o irreverente por ocuparse de algo tan grave, sino que ayuda, ayuda a entender y ayuda a sanar. Con el thriller sucede algo parecido. La necesidad y hasta obligación de volver a contar y contarnos la misma historia desde un espacio distinto al drama protocolario obliga a reordenar las piezas de la memoria y fuerza a la audiencia a cuestionarse en todo momento como precisamente espectador sorprendido de un espectáculo por definición insoportable.
Un fantasma en la batalla es, ya se ha dicho, lo mismo de siempre, pero narrado desde la fiebre de una mirada demasiado tiempo ignorada. Las películas que se han ocupado de la banda terrorista desde la fundacional Comando Txikia (1977) a Patria (2020) pasando por La muerte de Mikel (Imanol Uribe, 1983), Días contados (Uribe de nuevo, 1994), Yoyes (Helena Taberna, 1999), 13 entre mil (Iñaki Arteta, 2005), Tiro en la cabeza (Jaime Rosales, 2008) o La línea invisible (Mariano Barroso, 2020) poco o nada se han ocupado de los policías en su labor de policías según las estrictas reglas del género más o menos policiaco, más o menos de espías. Y lo relevante es que, lejos de reducirles a simples arquetipos, les dota de vida, de emoción y de intención moral. Y eso, en efecto, es relato.
Así las cosas, Díaz Yanes ha regresado con una de las películas más vehementes, lúcidas y oportunas que nuestro Vietnam merece.
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Dirección: Agustín Díaz Yanes. Intérpretes: Susana Abaitua, Andrés Gertrúdix, Iraia Elias, Raúl Arévalo. Duración: 105 minutos. Nacionalidad: España.
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