<p>Dice Jafar Panahi que la experiencia de estar ocho horas diarias con los ojos vendados y siendo interrogado en la cárcel marca para siempre y corre en riesgo de condenar al odio para toda la eternidad. Y en Irán, su país, son muchos los que han pasado por algo así. Empezando por él mismo. También dice que todos formamos parte del sistema y todos somos el resultado de la estructura que impone sus propias reglas y valores. Habla de su país, pero bien podría hacerlo de otros sitios. «No se trata de reconciliación», sigue, «se trata de comprender qué pasa cuando el sistema se derrumba y cómo las personas que han sido bombardeadas con propaganda durante medio siglo podrán convivir pacíficamente». Son muchos los lugares que, llegado un momento, salen de una dictadura. Y muchos los que van camino de ella. <strong>Digamos que Panahi habla por sí y por todos nosotros.</strong> Digamos, también, que Panahi sabe de lo que habla porque <i>Un simple accidente</i>, su última película y flamante Palma de Oro, es la primera producción tras cumplir 15 años de prisión.</p>
El director iraní completa de manera tan brillante como reveladora una reflexión sobre el círculo de odio que atenaza su país en la que es su película más directa, más enérgica y más libre
Dice Jafar Panahi que la experiencia de estar ocho horas diarias con los ojos vendados y siendo interrogado en la cárcel marca para siempre y corre en riesgo de condenar al odio para toda la eternidad. Y en Irán, su país, son muchos los que han pasado por algo así. Empezando por él mismo. También dice que todos formamos parte del sistema y todos somos el resultado de la estructura que impone sus propias reglas y valores. Habla de su país, pero bien podría hacerlo de otros sitios. «No se trata de reconciliación», sigue, «se trata de comprender qué pasa cuando el sistema se derrumba y cómo las personas que han sido bombardeadas con propaganda durante medio siglo podrán convivir pacíficamente». Son muchos los lugares que, llegado un momento, salen de una dictadura. Y muchos los que van camino de ella. Digamos que Panahi habla por sí y por todos nosotros. Digamos, también, que Panahi sabe de lo que habla porque Un simple accidente, su última película y flamante Palma de Oro, es la primera producción tras cumplir 15 años de prisión.
Y el resultado es toda una celebración. Dura, febril y extremadamente incómoda por momentos, pero celebración al fin. Celebración de la nueva libertad, celebración de todo lo que se celebrará cuando acabe la dictadura y, como es norma en el autor, celebración del cine mismo. La película, para lo que son los estándares del cineasta, se antoja exageradamente sencilla, directa y efectiva. Por culpa del simple siniestro del título, un hombre cree reconocer de repente al torturador de las jornadas eternas que vivió con los ojos vendados. Y decide tomarse la justicia por su mano. Hasta que le asaltan las dudas. Entonces, acude a otros que, como él, sufrieron la brutalidad del régimen de los ayatolás para cerciorarse que no se equivoca en su venganza. Pero, aunque parezca tan fácil responder a la violencia con violencia, no lo es. No es tanto el poder, que también, sino el odio lo que corrompe hasta los tuétanos a las sociedades.
La película, planteada casi como una cruel y road movie beckettiana, avanza, solo pendiente de un grupo de hombres y mujeres encerrados en una furgoneta, de catástrofe en catástrofe hasta lo que parece ser la inevitable debacle final. Un simple accidente se mueve por la pantalla casi como un latigazo; un golpe de dignidad y rabia que está ahí para que perdamos el equilibrio. De repente, la posibilidad de una represalia, lejos de ser justicia, se exhibe como la demostración más evidente de la victoria de los torturadores. El director se permite hasta algún arranque de comedia, en una cinta que se sigue sin parpadear haciendo buena la máxima de Hitchcock de que la mejor manera de hacer una conversación interesante es colocar una bomba debajo de la mesa. El artefacto a punto de estallar en este caso es el hombre secuestrado que, en buena parte de lo que dura la película, permanece oculto en un cajón del vehículo mientras los ocupantes discuten, se retan y se muestran incapaces de decidir qué hacer.
Panahi completa un círculo prodigioso con una película que surge y se alimenta de su nueva libertad. El director de cine iraní llevaba años dándole vueltas a la capacidad del cine no solo para contar y reflejar la realidad, sino para crear alternativas a ella. En 2010 se le prohibió rodar, y en julio de 2022 entró en prisión. Después de ser defenestrado por participar en una manifestación contra el gobierno de su país, ha completado cinco películas desde la clandestinidad y a riesgo de casi todo. Todas ellas discuten el criterio mismo de lo real. Todas fabulan la posibilidad de un cine entendido como un lugar problemático, político en su sentido más noble y, sobre todo, libre. Ahora todo es más cercano, más carnal, más de todos, más vibrante y hasta más real, porque el director está ahí en las dudas de cada uno de sus personajes que, como él, han sido humillados y torturados. El cine, en efecto, no solo cuenta y refleja la realidad, sino que crea alternativas a ella. Una auténtica lección de cine, de cine libre para la libertad.
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Director: Jafar Panahi. Intérpretes: Ebrahim Azizi, Madjid Panahi, Vahid Mobasseri. Duración: 105 minutos. Nacionalidad: Irán.
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