<p class=»ue-c-article__paragraph»>El entorno mediático de <strong>Sánchez </strong>ha celebrado que el Gobierno no respaldase la estrafalaria estrategia de defensa de <strong>Cerdán</strong>: ya escama que sea motivo de festejo que La Moncloa no cuestione la acción de la Justicia. El palmeo es gratuito, condescendiente e interesado. Cerdán se declaró ante el juez víctima de una «conspiración» por ser el «arquitecto» de los gobiernos de progreso. O sea, adecuó los fundamentos de su defensa a los motivos de duración de Sánchez. Se defendió como suele hacerlo Sánchez.</p>
El entorno mediático de Sánchez ha celebrado que el Gobierno no respaldase la estrafalaria estrategia de defensa de Cerd
El entorno mediático de Sánchez ha celebrado que el Gobierno no respaldase la estrafalaria estrategia de defensa de Cerdán: ya escama que sea motivo de festejo que La Moncloa no cuestione la acción de la Justicia. El palmeo es gratuito, condescendiente e interesado. Cerdán se declaró ante el juez víctima de una «conspiración» por ser el «arquitecto» de los gobiernos de progreso. O sea, adecuó los fundamentos de su defensa a los motivos de duración de Sánchez. Se defendió como suele hacerlo Sánchez.
El grotesco ejercicio de autocomplacencia de Cerdán goza de la complicidad de Sánchez y es el último servicio de Cerdán a la causa de la supervivencia de Sánchez. Cerdán sabe que si cae Sánchez su situación se complica. Y Sánchez sabe lo que sabe Cerdán. «No gusta un Gobierno como el de Sánchez, sin ataduras con el pasado. Se han hecho grandes avances, molesta a estos poderes y nos arrastran por el fango». La cita es de Cerdán en el Supremo. Si suprimiésemos la referencia a Sánchez -o, tratándose de Sánchez, ni siquiera hace falta eliminarla- bien pudo haberla entonado Sánchez en el mohíno Comité Federal.
Sánchez anticipó y comparte -o traza- la estrategia de defensa de Cerdán. Cuando convoque elecciones, previsiblemente en un contexto de máxima tensión institucional, planteará un plebiscito sobre su persona basado precisamente en los argumentos de Cerdán que él mismo le proveyó y dispuso. «Las democracias también se debilitan cuando la gente sospecha que elije a quien gobierna pero no a quien realmente manda», deslizó Sánchez al final de su intervención, cuando animó al Comité Federal a debatir autónomamente. En su crepúsculo -o en el de su legitimidad-, Sánchez se ha imbuido de un lulismo agónico, desmadejado y trucado.
Sugiere que el PSOE es él, que garantiza que gobierna quien manda, en el partido y en el país; si no gobernase él, mandarían «estos poderes» -«ocultos»- a los que se refirió Cerdán muchos meses después de que lo hiciera Sánchez, que ayer se reafirmó: «Sabemos que la coalición ultraderechista tiene poderosos resortes. Los estamos sufriendo en todos los ámbitos. Tienen dinero, medios y poder. El poder de los que creen que deben gobernar, independientemente de lo que decidan los ciudadanos en las elecciones con su voto…». La retórica de Sánchez es indistinguible de la de Cerdán, la misma que emplea el separatismo.
Y de repente, bajo el laurel de un césar dícese responsable, inquebrantable, decepcionado y traicionado, emergió un flaco Errejón, una guitarra y una estrofa de cantautor: «El capitán no se desentiende cuando viene mal la mar. Se queda a capear el temporal, a salvar el rumbo y a ganar el pueblo». Imagina acordes de Silvio Rodríguez [«Yo quiero ser a la zurda más que diestro / Yo quiero hacer un congreso del unido»]; sin embargo, los aplausos fueron tibios y las miradas, recelosas. Page es un hombre de negro, parte de la conjuración. Sánchez tararea quedo a Pablo Milanés [«Renacerá mi pueblo de su ruina / Y pagarán su culpa los traidores»]. No piensa en Cerdán sino en sus enemigos internos. Su última batalla -y fijación- de nuevo es la primera, su única: «Sánchez o el PSOE».
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