Durante el tercio de vida que pasó en las cárceles israelíes, Yahia Sinwar no solo aprendió hebreo, leyó sobre sionismo o devoró los medios de comunicación del “enemigo” para profundizar en su psique. También escribió una novela, La espina y el clavel, cuyas páginas logró sacar de contrabando y cuyo único valor hoy ―el día en que Israel ha anunciado su muerte en Gaza― es la ventana a su pensamiento, a través de su alter ego, Ahmad. Es (como él) un descendiente de refugiados que vive con desesperación la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días de 1967 (en la que Israel invadió Gaza), se vuelve cada vez más religioso, se queja de los palestinos que se asimilan a los judíos y buscan chicas en Tel Aviv. Un día —cuando, en la realidad, salir de Gaza no era una quimera—, Ahmad visita la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, piensa sobre el dañado mimbar (púlpito) de Saladino, el líder musulmán que expulsó de la región a los cruzados un milenio antes, y se pregunta: “¿Acaso no hay un Saladino para esta época?”
El líder de Hamás, cuya muerte ha anunciado Netanyahu este jueves, pasó dos décadas en prisión antes de escalar posiciones en la milicia palestina y organizar los ataques del 7 de octubre
Durante el tercio de vida que pasó en las cárceles israelíes, Yahia Sinwar no solo aprendió hebreo, leyó sobre sionismo o devoró los medios de comunicación del “enemigo” para profundizar en su psique. También escribió una novela, La espina y el clavel, cuyas páginas logró sacar de contrabando y cuyo único valor hoy ―el día en que Israel ha anunciado su muerte en Gaza― es la ventana a su pensamiento, a través de su alter ego, Ahmad. Es (como él) un descendiente de refugiados que vive con desesperación la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días de 1967 (en la que Israel invadió Gaza), se vuelve cada vez más religioso, se queja de los palestinos que se asimilan a los judíos y buscan chicas en Tel Aviv. Un día —cuando, en la realidad, salir de Gaza no era una quimera—, Ahmad visita la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, piensa sobre el dañado mimbar (púlpito) de Saladino, el líder musulmán que expulsó de la región a los cruzados un milenio antes, y se pregunta: “¿Acaso no hay un Saladino para esta época?”
Sinwar quiso ser Saladino con su ataque del 7 de octubre de 2023, que la mayoría de palestinos ve hoy como un puñetazo del débil que se rebela ante el matón del barrio y le tumba, aunque sea durante unas horas, restando importancia o negando que la mayoría de los casi 1.200 israelíes muertos eran civiles. En el ataque, Hamás tomó además más de 250 rehenes. Una fue Yocheved Lifshitz, de 85 años. La rehén y activista por la paz capturada en el kibutz Nir Oz fue una de las personas secuestradas que tuvo la oportunidad de conocer en los túneles de Gaza a Sinwar en los primeros compases de la guerra. “Le pregunté si no le daba vergüenza hacer algo así a personas que habían defendido la paz todos estos años”, contó cuando regresó a Israel tras 16 días de cautiverio. Lejos de amedrentarse, afirma que se enfrentó a él. “No me contestó. Guardó silencio”, detalló Lifshitz al diario israelí Davar.
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En Israel, tras el 7 de octubre de 2023, Sinwar se convirtió en la personificación del mal. Casi cualquier mención a él derivaba en el recordatorio de la humanidad de Israel, por haberle tratado ―como obliga la legislación― del cáncer cerebral que padecía cuando estaba en prisión. En enero de 2024, unos grafiteros hicieron un mural de siete metros en el que aparecía retratado como un ratón escondido bajo tierra, con una frase en árabe: “Puedes seguir escondiéndote como un ratón en un túnel, pero te alcanzaremos”.
La idea de cobardía ―junto con los rumores de que habría escapado de Gaza o que solo lo impidió la toma israelí de la frontera con Egipto, pese a que tuvo meses antes para hacerlo― contrasta con su imagen entre los palestinos. Sinwar no ha muerto en un asesinato selectivo, sino en combate en Rafah, donde un dron identificó un miliciano, pero no sabía de quién se trataba.
Las fotos del cadáver, tomadas por los militares israelíes entre los escombros convertidos en patíbulo, volaron raudas impulsadas por la viralidad digital. En una de ellas, incluso, le abren la boca con ayuda de un listón de madera para que se le vea bien la dentadura. La cabeza presenta serias heridas, una de ellas le destroza el cráneo, pero el rostro es reconocible. En minutos, esos retratos tomados en el lugar de los hechos aparecían emparejados con otros de Sinwar con vida.
Las últimas imágenes suyas, que salieron a la luz antes de las de este jueves, lo mostraban avanzando de espaldas junto a su mujer y tres menores por un túnel, en los primeros días de contienda. Las autoridades de Israel recuperaron esa grabación de una cámara de seguridad del grupo fundamentalista palestino. Era antes de que Sinwar escalase a la cúpula de Hamás, después de que Israel matara a Ismail Haniye, en Teherán, el pasado 31 de julio.
Nacido el 29 de octubre de 1962 en el campamento de refugiados de Jan Yunis, en el sur de Gaza, Sinwar fue ganando posiciones en Hamás, siempre con fama de duro e intransigente. Construyó un perfil de férreo islamista y combatiente contra Israel durante sus estudios en la Universidad Islámica de Ciudad de Gaza. Esa institución se convirtió en caldo de cultivo cuando Hamás fue creada en 1987, el año en el que estalló la Primera Intifada, el levantamiento popular palestino frente a la ocupación israelí. Al año siguiente fue detenido por primera vez por las autoridades israelíes.
El entonces líder de Hamás, el jeque Yasín, lo nombró al frente de la unidad de seguridad interna, encargada de castigar a quienes vulneraban las leyes de moralidad islámica (incluido ser homosexual, ver pornografía o tener una relación extramatrimonial) o pasaban información al enemigo. Cuando entró en prisión, en 1988, para cumplir cuatro cadenas perpetuas, no tenía sangre israelí en las manos, sino la de palestinos a los que acusaba de colaboración o apostasía. Pasó dos décadas en prisión que, según han contado quienes las compartieron con él, vivió como una suerte de academia.
“Aprendí mucho, la cárcel te forma, especialmente si eres palestino, porque vives entre puestos de control, muros, restricciones de todo tipo, así que solo en prisión encuentras otros palestinos y tienes tiempo para hablar y para pensar en ti mismo, en lo que crees, en el que precio que estás dispuesto a pagar”, contaba en 2018, en una de sus escasas entrevistas, cuando aún recibía a la gente en un despacho.
Entró en prisión con 27 años. Salió con 50, en el marco del canje de 1.027 prisioneros palestinos por la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, secuestrado en Gaza desde 2006. ¿Cómo fue posible que un nombre como el suyo entrara en la lista? Porque su hermano Mohamed, todavía hoy alto responsable de Hamás en la Franja, había sido el carcelero de Shalit. Desde 2007, la organización fundamentalista ya gobernaba Gaza en solitario, asfixiada por un estrecho cerco israelí.
En 2017, fue elegido líder de Hamás en Gaza, en una muestra del creciente peso del ala militar sobre la política, o de la confusión entre ambas. Engañó a propios y extraños durante años mientras diseñaba, junto con el líder del brazo armado, Mohamed Deif (que Israel también da por muerto), la jornada más letal en los 76 años de historia de Israel, el 7 de octubre de 2023, en el que cantó victoria y empezó a cavar su propia tumba.
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