<p class=»ue-c-article__paragraph»>En los círculos ahora minoritarios del PSOE, los que siempre han mantenido en pie el recelo a las formas y al fondo del sanchismo, el contenido de los mensajes entre <strong>Pedro Sánchez</strong> y<strong> José Luis Ábalos</strong> no ha causado sorpresa. «La tensión que nació entre 2015 y 2017 y se ha ido alimentando durante estos años tenía que acabar saliendo a la luz con toda su crudeza», afirman.</p>
Los críticos atribuyen a Sánchez una forma cesarista de entender el poder, el país y el partido que hunde sus raíces en la crisis de 2017 y se desbordó tras el 23-J
En los círculos ahora minoritarios del PSOE, los que siempre han mantenido en pie el recelo a las formas y al fondo del sanchismo, el contenido de los mensajes entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos no ha causado sorpresa. «La tensión que nació entre 2015 y 2017 y se ha ido alimentando durante estos años tenía que acabar saliendo a la luz con toda su crudeza», afirman.
Las raíces del problema hay que buscarlas, aseguran, en las discrepancias que se mantienen «en torno a una concepción política cesarista del país y también del partido». Un partido que, desde el inicio de la democracia, se reivindicó como de Estado, defendiendo los pilares de la Constitución, apostando por la unidad de la nación y, en cuanto a la vida orgánica, por el debate vivo y la contraposición de ideas.
Esto es lo que a partir de 2015 empezó a deteriorarse y lo que llevó al PSOE a sufrir una gravísima crisis interna a finales de 2016. Una crisis que no llegó a cauterizar, que se cerró en falso y que, ahora, los polémicos whatsapps revive.
En los ámbitos críticos, más allá de las revelaciones que demuestran el estilo amordazante que Sánchez impuso tras su regreso a la Secretaría General del PSOE, temen que acaben saliendo a la luz mensajes que apunten a un conocimiento por parte del presidente de los negocios fraudulentos que mantenían Ábalos y Koldo García.
De momento, de las tres personas aludidas, dos -el presidente castellanomanchego, Emiliano García-Page, y el ex presidente aragonés, Javier Lambán– han metido el dedo en la llaga de lo acontecido en el partido entre 2015 y 2017. En diciembre de 2015, las elecciones arrojaron para el PSOE, ya liderado por Sánchez, un resultado nefasto: 90 escaños. Pero, como el PP tampoco podía sumar, el Rey propuso, en febrero de 2016, al socialista como candidato a la investidura. El intento se saldó con un fracaso.
A finales de junio se repitieron las elecciones y el PSOE se hundió más: 85 diputados. Pese a este resultado y a los meses de incertidumbre que ya acarreaba el país, Sánchez se encastilló en el «no es no» frente a la posibilidad de abstenerse y permitir la investidura de Rajoy y, en paralelo, empezó a deslizar la posibilidad de aliarse con el independentismo y los radicales. Fue entonces cuando los líderes del partido comenzaron a revolverse contra la idea de pactar con formaciones enfrentadas a la doctrina clásica del PSOE.
La tensión se hizo insoportable y estalló a finales de septiembre, cuando la mitad de los miembros de la Ejecutiva -17 de 38- presentaron su dimisión para forzar la renuncia del secretario general. El 1 de octubre, tras una reunión bochornosa del Comité Federal, tuvo que abandonar la secretaría general. Para sus afines fue una dimisión, para los críticos fue una expulsión en toda regla.
Aún así, de la mano de fieles como José Luis Ábalos o Adriana Lastra, emprendió de nuevo el camino para recuperar el poder. Lo logró en mayo de 2017 y un año más tarde, tras la sentencia del caso Gürtel, planteó una moción de censura contra Rajoy y fue investido presidente. Su primer Gobierno duró poco porque el Congreso tumbó su proyecto de Presupuestos y Sánchez se vio obligado a convocar elecciones para el 28 de abril.
De nuevo, ante la imposibilidad de formar gobierno se activó el artículo 99.5 de la Constitución y el Rey disolvió las Cámaras. El 10 de noviembre se convocaron nuevos comicios. Sánchez ya estaba decidido, en contra de su compromiso, a pactar con Pablo Iglesias y formar Gobierno de coalición.
Los críticos, ya muy en minoría, mascullaron a solas el recelo. Sin embargo, las últimas elecciones, las del 23-J cuando, para conservar el poder, Sánchez saltó todas las líneas apoyándose en el independentismo y Bildu, las alarmas en los círculos del PSOE clásico se dispararon. Los indultos, la amnistía, los apretones de mano con Bildu, las cesiones ante Puigdemont abrieron una brecha que ni siquiera Sánchez con sus amenazas ha podido cerrar.
Los whatsapps, afirman los críticos, ponen de manifiesto la figura de quien para mantenerse en el poder es capaz de todo. Lamentan que con esta estrategia el PSOE es ya algo «irreconocible», un partido «sin vida interna» al son que marca un solo hombre. Aseguran, sin embargo, no tener ningún miedo a represalias. Siempre han defendido lo mismo; quien ha cambiado en función de su interés ha sido Sánchez. Por eso afirman: «Los insultados somos nosotros, ¿cómo podrían castigarnos?»
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