<p>Lo anunció la propia banda en sus redes sociales. Querían que la gira <i>Run Fun your Lives</i>, que conmemora el 50 aniversario de la fundación de Iron Maiden, fuera una especie de Regreso al Futuro. Un viaje como el que Marty McFly hizo a sus orígenes, donde las imágenes eran un tesoro y no un cúmulo de archivos duplicados. Y por eso pidió a sus fans que «se guarden el móvil en el bolsillo» y disfrutasen del concierto como si fueran «los años 80». </p>
La banda británica llena el Metropolitano con sus himnos en su única parada en España de la gira Run For your Lives
Lo anunció la propia banda en sus redes sociales. Querían que la gira Run Fun your Lives, que conmemora el 50 aniversario de la fundación de Iron Maiden, fuera una especie de Regreso al Futuro. Un viaje como el que Marty McFly hizo a sus orígenes, donde las imágenes eran un tesoro y no un cúmulo de archivos duplicados. Y por eso pidió a sus fans que «se guarden el móvil en el bolsillo» y disfrutasen del concierto como si fueran «los años 80».
Y los cerca de 50.000 seguidores que abarrotaban el Metropolitano para verlos en su único paso por España cumplieron casi a rajatabla. Guardaron sus móviles, alzaron las manos al viento y lucieron un amplio muestrario de camisetas negras con las características letras rojas de la banda.
Muchos de esos fans llevaban unas cuantas horas, pese al intenso calor madrileño, haciendo cola para ser los primeros en el foso del estadio. Porque en este concierto no había zona vip en la pista. Un regreso más al pasado, cuando los que ocupaban las primeras filas eran los fans que más ganas tenían y no los que tenían la cartera más abultada.
En estas cinco décadas la banda ha tocado decenas de veces por nuestro país y en recintos de todo tipo. Desde aquel mítico concierto de 1996 en el que el grupo pasó como un «terremoto» por la pequeña localidad extremeña de Miajadas, hasta los grandes coliseos que llenan sin pestañear. Los Maiden tiene fans incondicionales, veteranos con años de experiencia o noveles que alucinan por primera vez. Todos estaban en el Metropolitano y todos se rindieron a los encantos de la Doncella de Hierro.
El sexteto británico, liderado en la composición por Steve Harris y en lo vocal por Bruce Dickinson, tiene en el cantante -además de fabricante de cerveza, esgrimista, escritor, historiador y piloto de Boeing- al maestro de ceremonias ideal para el recital de heavy ochentero, con trazas de los años 90, en que se convirtió el show.
Dickinson salta, brinca, corre de un lado para otro, se transmuta en varios personajes, maneja a los fans con soltura y, sobre todo canta. Y lo hace con una solvencia inaudita si pensamos que en el año 2014 fue diagnosticado con un cáncer de lengua. «No ha cambiado mi visión de la muerte, pero sí de la vida. Vivir es vivir ahora, cada minuto, cada segundo, para ahora mismo», dijo tras superarlo.
Y lo lleva a rajatabla en cada canción de las 17 que componen el setlist de este tour compuesto íntegramente por temas de los nueve primeros álbumes de la banda: desde el homónimo Iron Maiden hasta el icónico Fear of the Dark, que da título a una de las canciones más queridas por los seguidores del grupo.
A las 20.52, casi con puntualidad británica y a pesar de que todavía faltaba un buen rato para que la noche suavizara la canícula madrileña, sonaba la canción Doctor Doctor, de UFO. Era pistoletazo de salida para un concierto que tras la instrumental The ides of March, levantó al público con tres trallazos de Killers (1981), el segundo álbum de la banda: Murders in the Rue Morgue, Warthchild y la propia Killers. En esta última apareció por primera vez Eddie, la eterna mascota de los Maiden y que, ataviado con un hacha, desató la locura en un público entregadísimo desde el primer minuto
La canción dedicada al ‘Fantasma de la ópera’ sirvió a Dickinson para presentar algunas de las novedades de esta gira. No solo la escenografía, dominada por una pantalla gigantes donde proyectaban vídeos de Eddie, o algunos temas que hacía años que no tocaban. Lo que más aplausos desató entre los fans fue la presentación del nuevo batería de la banda, Simon Dawson, que sustituye y con solvencia, al carismático Nicko McBrain.
Los abundantes solos de guitarra de Jannick Gers, Dave Murray y Adrian Smith, excelsos e hiperactivos durante toda la noche, dieron paso a otro triplete de himnos coreados por el público, ya subido sin remedio a una locomotora de rifs de guitarra y acometidas del bajo y la batería.
Primero llegó la mítica The Number of the Beast con su enigmática introducción, seguida de Powerslave y por último 2 minutes to midnight, un tema contra la carrera armamentística nuclear compuesto en 1984 y que está más de actualidad que nunca.
La épica y larguísima Rime of the ancient mariner dio un breve, y necesario, descanso a Bruce Dickinson, que regresó para poner de nuevo el tren a máxima velocidad con Run to the hills. Bastaron tres acordes para que las más de 50.000 personas brincaran y corearan al unísono uno de los temas que todo amante del heavy debería escuchar al menos una vez en su vida en directo.
Con el público y la banda en total simbiosis, llegaron Seventh son of the seventh son, The trooper, donde volvió a aparecer Eddie, vestido de militar inglés, y donde Dickinson ondeó la Union Jack junto con la bandera española, desatando la euforia local, Hallowed by the name e Iron Maiden.
Para el bis, prologado por un fragmento de un famoso discurso de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, dejaron el rapidísimo Aces High y la oscura Fear of the dark, que volvió a convertir el Metropolitano en el karaoke de heavy metal más grande de España. Para acabar, y dejar el show en lo más alto llegó Wasted Years, una canción perfecta para cerrar este particular viaje al pasado.
Los Maiden no se salieron del carril, tocaron las mismas canciones que en los otros shows de la gira y lo hicieron exactamente en el mismo tiempo: dos horas y 10 minutos que supieron a gloria y demostraron que tras medio siglo de vida son una maquinaria totalmente engrasada aunque entre un nuevo miembro.
Cierto que faltaron algunos éxitos de esa prolífica etapa, pero nadie podrá quitar a los presentes un viaje al pasado cuyo destino es, como dijo Dickinson antes de despedirse de Madrid, una «noche jodidamente maravillosa».
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