<p>España va muy, muy bien, salvo en aquellas comunidades autónomas donde gobierna el Partido Popular; allí todo va muy, muy mal. Dado que esas comunidades son mayoría -11 de 17 territorios-, esto significa que los españoles disfrutan de espléndidos avances en bienestar y derechos a la vez que sufren tenebrosos retrocesos en bienestar y derechos.</p>
España va muy, muy bien, salvo en aquellas comunidades autónomas donde gobierna el Partido Popular; allí todo va muy, muy mal. Dado que esas comunidades son mayoría -11 de 17 te
España va muy, muy bien, salvo en aquellas comunidades autónomas donde gobierna el Partido Popular; allí todo va muy, muy mal. Dado que esas comunidades son mayoría -11 de 17 territorios-, esto significa que los españoles disfrutan de espléndidos avances en bienestar y derechos a la vez que sufren tenebrosos retrocesos en bienestar y derechos.
Este es un ejemplo de las disonancias cognitivas que abundaron en el balance del curso político de Pedro Sánchez. El triunfalismo del presidente ante lo que pretendía vender como la buena marcha del país convivía difícilmente con sus reproches a las administraciones gobernadas por la oposición y sus advertencias sobre lo que ocurriría si algún día el PP y Vox llegan al Ejecutivo. Los indicadores de los que sacaba pecho tampoco encajaban con la evidencia de que, según las encuestas, una mayoría de ciudadanos apoyaría hoy un cambio de Gobierno. España va muy bien, pero los votantes no parecen haberse enterado.
Donde más contradicciones acumuló el presidente fue al abordar el asunto de los Presupuestos. Sánchez anunció que presentaría un proyecto de cuentas públicas pese a que existan serias dudas sobre la disposición de sus socios a aprobarlo. El líder socialista argumentó que, pese a todo, era necesario intentarlo. Pero esto solo conducía a preguntar por qué Sánchez lleva un par de años sin hacer justamente eso: intentarlo. ¿Por qué es inexcusable presentar un proyecto de Presupuestos en 2026 pero no lo era en 2024 o 2025?
Sánchez argumentó, además, que una hipotética derrota de los Presupuestos no precipitaría un adelanto electoral porque «las legislaturas duran cuatro años». Todo el mundo recuerda, sin embargo, que las últimas elecciones se adelantaron porque el líder socialista creyó que era lo que más le convenía tras la debacle de las autonómicas y municipales. Esto por no hablar del precedente que el propio Sánchez fijó en su primer Gobierno, cuando justificó la convocatoria de elecciones por la falta de apoyos para aprobar unos Presupuestos. Puede que el argumentario monclovita sea deficiente, o puede que haya algunas contradicciones que ni un millar de asesores y propagandistas son capaces de resolver.
También resultó notable la rapidez con la que el presidente despachó aquellas cuestiones que más interesaban de su comparecencia. No es solo que el bloque que agrupaba la corrupción y las tensiones territoriales llegase muy tarde en su discurso. Es que el propio Sánchez pareció pasar por encima de aquellos asuntos, como si aceptara que sus explicaciones eran tan malas que no valía la pena dedicarles mucho tiempo; nadie se las iba a creer de todas formas. Y no era para menos. El presidente que nombró a Ábalos y a Cerdán dijo estar avanzando en la lucha contra la corrupción, de la misma manera que el dirigente que justifica otorgar nuevos privilegios a Cataluña bajo la fórmula de una «singularidad fiscal» sacó pecho de su compromiso con la cohesión territorial. También se felicitó de que la amnistía que sus propios ministros consideraban inconstitucional hace dos años hubiera obtenido el aval del TC, pero para qué seguir. Hubo un momento de su comparecencia en el que Sánchez describió la situación de su Gobierno como «nada nuevo bajo el sol». Y así es.
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