<p><i>Ostentatio Mammarum</i> es como la antigüedad llamaba al gesto con el que una mujer mostraba sus pechos en un ademán de autoridad y también de piedad. Hécuba enseña su torso desnudo a su hijo Héctor para recordarle el niño que fue y disuadirle así de que se enfrente a Aquiles. El tiempo (y el patriarcado, claro) han convertido el ademán mamario, llamémoslo así, en solo símbolo sexual. <strong>Noémie Merlant, como la propia censura de Instagram, lo sabe.</strong> Es más, le irrita. Le molesta tanto el empeño censor de unos como el afán rijoso de los otros. «El cine y la sociedad han objetivado tanto el cuerpo de la mujer que la reacción natural, tras movimientos como el MeToo, ha sido ocultarse. Ya no hace falta enseñar nada. Y creo que, quizá, esa es una manera de volver a colocar el problema del lado de la mujer. No, quizá lo que hay que hacer es justo lo contrario», dice la casi siempre actriz y ahora, además, directora.</p>
La actriz dirige y protagoniza Las chicas del balcón, una comedia provocadora, excesiva, algo gore y, sobre todo, libre
Ostentatio Mammarum es como la antigüedad llamaba al gesto con el que una mujer mostraba sus pechos en un ademán de autoridad y también de piedad. Hécuba enseña su torso desnudo a su hijo Héctor para recordarle el niño que fue y disuadirle así de que se enfrente a Aquiles. El tiempo (y el patriarcado, claro) han convertido el ademán mamario, llamémoslo así, en solo símbolo sexual. Noémie Merlant, como la propia censura de Instagram, lo sabe. Es más, le irrita. Le molesta tanto el empeño censor de unos como el afán rijoso de los otros. «El cine y la sociedad han objetivado tanto el cuerpo de la mujer que la reacción natural, tras movimientos como el MeToo, ha sido ocultarse. Ya no hace falta enseñar nada. Y creo que, quizá, esa es una manera de volver a colocar el problema del lado de la mujer. No, quizá lo que hay que hacer es justo lo contrario», dice la casi siempre actriz y ahora, además, directora.
Las chicas del balcón es el título de la que es la segunda película como realizadora de una intérprete a la que hemos visto en películas como Un año, una noche,TAR o Emmanuelle. Se cuenta la historia de tres mujeres que comparten una casa en una Marsella calurosa hasta el agotamiento y un secreto. Este último no es más que el asesinato de un vecino que primero se presenta como objeto de deseo para acto seguido descubrirse como un violador. Uno más en una galería de ellos que surgen como fantasmas en todo lo que dura la película. Lo que sigue es comedia, es terror, es almodovariano, es hitchcockiano y, ya que estamos, es todo lo contrario. «Si algo es mi película por encima de todo es un ejercicio catártico de liberación, de liberación femenina», puntualiza la directora que también es la más desahogada de las protagonistas.
La película se permite todo, incluso la carcajada en la más trágica de las situaciones. Y eso, se quiera o no, desconcierta. Aunque solo sea por lo atrevido, por lo incorrecto que resulta reírse ante la más seria de las situaciones. ¿Banalización de la violencia, de la violencia machista para más señas? «Nunca. El problema», razona Merlant, «es que demasiadas veces tendemos a encerrar a las víctimas en su condición de víctimas, como si no fueran nada más que eso y no tuvieran derecho a no ser nada diferente. Y no. Una mujer maltratada es antes que nada una mujer, una persona, con perfecto derecho a reírse de todo, incluso de su propia condición, por chocante que resulte». Queda claro. Queda desternillantemente transparente. Aunque duela.
Y así hasta llegar a la escena que más dará que hablar y que ver, por lo que tiene de replanteamiento tanto de la conversación como de la propia mirada. La Ostentatio Mammarum de arriba. Sin ánimo de reventar nada, la catarsis de la que habla la cineasta tiene que ver con precisamente eso, con la exhibición libre del torso femenino contra los prejuicios, las frases hechas y los rigores de la censura. «Los pechos desnudos de una mujer no deberían ser ni más ni menos sensuales que los de un hombre», dice. Y sigue: «Recuerdo que cuando nos planteamos esa secuencia pensé: ¿Qué pasaría si hiciera algo que todos y todas creemos imposible? Hacía casi 40 grados cuando estábamos rodando. Me vino a la cabeza el placer que sería caminar por la calle sin camiseta como cualquier hombre. Y caí en la cuenta de hasta qué punto el espacio público no pertenece a la mujer. Toda la calle estaba ocupada por hombres semidesnudos y tuvimos que pedirles a ellos amablemente que nos cedieran el sitio. Finalmente aceptaron. Y fue entonces, al mostrar los pechos amparadas por un rodaje, cuando empezamos a descubrir las miradas de las otras mujeres por la calle. Nos miraban sin miedo, nos miraban felices».
No es exagerado (ni siquiera patriarcal) decir que toda la película de algún modo hace pie en esta secuencia. Toda la provocación, cada uno de sus excesos y el desparpajo libre de prejuicios con el que Las chicas del balcón interpela al espectador tiene mucho de ese simple, feliz y hasta banal gesto de liberación. «Lo interesante es que no se trata solo de ganar un espacio solo para las mujeres. Pese a todos los discursos reaccionarios que se escuchan ahora y que dan tanto miedo, cuantas más voces tengan los que antes no podían hablar, más posibilidades de sorprenderse con nuevas historias habrá para todos», dice. Las chicas del balcón es catarsis, es liberación, es gamberrada, es… pura Ostentatio Mammarum.
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