<p>Agotados los comentarios sobre <i><strong>The Bear</strong></i> compitiendo como comedia en Emmys y Globos de oro, toca abrir un melón mayor: <strong>¿es una buena serie? ¿sigue siéndolo? ¿fue tan buena en tiempos que ahora cualquier cosa nos parece poco?</strong> Con su cuarta temporada en activo y la quinta ya confirmada, <i><strong>The Bear</strong></i> es, desde luego, una serie relevante. Puede que esta ficción creada por <strong>Christopher Storer</strong> sea el caso paradigmático de muchas cosas. Y no todas buenas.</p>
Siempre navegó entre lo ligero y lo solemne pero lleva ya dos años arriesgándose a caer en una perversión de lo segundo. O cayendo, directamente
Agotados los comentarios sobre The Bear compitiendo como comedia en Emmys y Globos de oro, toca abrir un melón mayor: ¿es una buena serie? ¿sigue siéndolo? ¿fue tan buena en tiempos que ahora cualquier cosa nos parece poco? Con su cuarta temporada en activo y la quinta ya confirmada, The Bear es, desde luego, una serie relevante. Puede que esta ficción creada por Christopher Storer sea el caso paradigmático de muchas cosas. Y no todas buenas.
The Bear ha sido aplaudida por su originalidad y cuestionada por su inconsistencia, premiada por sus logros y criticada por sus pretensiones, adorada por unos y puesta a parir por otros. Y esos unos y esos otros a veces han sido los mismos. Ver: yo.
En The Bear, disponible en España en Disney+, todo es compatible: ser intensa para bien y frívola para mal, original en sus planteamientos y formulaica en su ejecución. Reta al espectador y a la vez, espera de él una indulgencia que, llegado determinado punto, no es gratis. Lo de que los Emmys y los Globos la cataloguen como comedia es lo de menos.
Ya en su tercera temporada, The Bear se enfrentó a los que dejaron de creer en ella. El primer episodio de aquella entrega, un refrito de secuencias previas con montaje entre el videclip bueno y el videoarte malo, polarizó a los espectadores: a un lado, gritos de «¡arte! ¡arte!»; al otro lado gente (ver: yo) informándose de si podían ponerle un pleito a la serie por estafa. Y en medio, una serie que podría ser buenísima siempre y solo lo es a veces. Con personajes que están siempre listos para ser utilizados a favor de obra y eso ocurre cada vez menos. Y cuando ocurre es porque a esos personajes se les da un espacio propio, a veces un episodio entero. ¿Eso es valiente o perezoso? ¿Revolucionario o fallido?
The Bear, por muy autoral que parezca, tiene unos pilares muy comerciales: la fascinación con los programas de cocina de nueva generación (los que apelan más a la sublimación de la alta cocina que al «usted también puede hacerlo») y la pujanza de las series urbanas «sucias». Ambos elementos son estupendas fuentes de inspiración y referencias. Y además, ni son obvios ni están agotados.
Lo que sí se ha agotado es lo que The Bear ha hecho con ellos. Perdida en sus propias obsesiones, convertidas en bucles narrativamente estériles, la serie lleva tiempo camuflando como profundidad lo que podría ser solo desorientación. Claro que precisamente ese es el problema de su protagonista, Carmen Carmy Berzatto (Jeremy Allen White), un cocinero con talento pero sin… ¿consistencia? ¿disciplina? ¿suerte?
Que The Bear quiere a Carmy es evidente y se agradece. Sin embargo, para los espectadores cada vez es más difícil mantener el interés en un personaje que obliga a casi todos los demás a acompasarse a sus dinámicas repetitivas y cansinas. Es triste admitir que su serie podría haberse beneficiado de dejar de ser su serie: una The Bear sin Carmy (y sin Jeremy Allen White, cuyo estatus de estrella es muy discutible) quizá sería mucho mejor que la que tenemos. El carisma y los brazos de Allen White no tienen tanto alcance como los productores de The Bear creen. Hasta los simpáticos reportajes sobre la marca de camisetas blancas que usa Carmy (Merz b. Schwanen) o la ropa de Ayo Adebiri dentro y fuera de la pantalla (Thom Browne) terminan por cansar.
The Bear, que siempre navegó entre lo ligero y lo solemne, lleva ya dos años arriesgándose a caer en una perversión de lo segundo. Y quien dice arriesgándose dice cayendo. Pero cuesta asumirlo.
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