<p class=»ue-c-article__paragraph»>Carolina nació, creció y se hizo choni en el <i>Badajó </i>de inicios de siglo. Así, sin zeta, con su enorme tilde en la o. De las que al pronunciar se te llena la boca. Allí bebió cubatas de los que al bajar hacen arder el esófago. <strong>Bailó reguetón hasta que la camiseta se le pegaba por el sudor denso de la discoteca</strong>. Descubrió lo que eran las amigas y también lo que era dejarlas. Porque, como tantos y tantas otras, su vida acabó en una gran ciudad nada más cumplir la mayoría de edad.</p>
La actriz, ganadora de dos premios Goya, se estrena con ‘ToDa Mi VioLeNciA eS tUyA ^^’, una novela de adolescencia sobre una choni en Badajoz
Carolina nació, creció y se hizo choni en el Badajó de inicios de siglo. Así, sin zeta, con su enorme tilde en la o. De las que al pronunciar se te llena la boca. Allí bebió cubatas de los que al bajar hacen arder el esófago. Bailó reguetón hasta que la camiseta se le pegaba por el sudor denso de la discoteca. Descubrió lo que eran las amigas y también lo que era dejarlas. Porque, como tantos y tantas otras, su vida acabó en una gran ciudad nada más cumplir la mayoría de edad.
Y ahora su nombre, al menos para el público, ha sumado un apellido. Porque esa chica es Carolina Yuste (Badajó, 1991). Sólo este año ha ganado su segundo Goya como actriz por La infiltrada, ha sido nominada como directora por su corto documental Ciao Bambina, ha hecho la transición a Massiel en la serie La canción… Y lo de beber, gritar, bailar y follar es parte de su primera novela, ToDa Mi VioLeNciA eS tUyA ^^, un retrato de esa adolescencia choni dosmilera. Con sus abriguillos de pelo, sus pantalones de campana deshilachados por los bajos y sus playeras anchas sin atar.
En ella, Carolina Yuste no es la protagonista. Pero, en verdad, sí lo es. Porque bajo la ficción –escrita en primera persona– de una chavala que naufraga en un maltrato adictivo, bajo quien baila hasta perder el conocimiento entre chupitos inclasificables y acaba entregada a la violencia como opción única de supervivencia, está Carolina. Y, si no, están otras que pudieron ser ella o que incluso lo fueron. «Hay infinita gente que podría reivindicar el chonismo mucho mejor, pero yo lo puedo defender porque lo he sido. En los 2000 o eras choni o emo y yo elegí ser choni porque me representaba más en oposición a las pijas», asegura en un café de Madrid, a salvo del calor. Con un minúsculo crop top de leopardo, unos pantalones Adidas de corchete, unos calcetines blancos por la espinilla y unas sandalias.
Una regresión a esa estética que ahora ha vuelto, pero sin tono peyorativo. Ahora ser choni mola porque Rosalía o Bad Gyal lo son. Las chonis han migrado de los extrarradios al centro de la ciudades. El presupuesto que hay que tener para serlo también ha aumentado. Y la música que se les asociaba es ahora la predominante. «Ahora esa estética choni puede estar en diferentes clases económicas, ya no es de clase baja. Se ha despojado de ese componente porque el capitalismo siempre gana. Y si se puede sacar dinero vendiéndolo, más».
Pero esta historia no va solo de una estética. Está impregnada del éxodo de varias generaciones hacia las ciudades, de la forja inconsciente de una militancia, de los sueños de futuro, del despertar femenino y de una violencia intrínseca. «A mí la violencia me ha marcado lo mismo que el amor. La violencia nos atraviesa de alguna manera a todos y en nuestra existencia nos han atravesado diferentes tipos. El título de esta novela es una integración de las violencias colectivas en un mismo cuerpo y como muchas veces ejercen una violencia como parte de un conjunto social».
- ¿Esa violencia la sigue teniendo en su interior o se ha transformado en otras cosas?
- Ahora está muy transformada aunque sigue estando, porque deshacerse del mundo es imposible, dejar de existir es imposible. Creo que tenemos la capacidad de coger toda esa herida, todo ese dolor, que para mí es dolor social, y sublimarlo en arte. Esa es una de las cosas fantásticas que tiene dedicarnos a la cultura. Nos dedicamos al arte para no acabar presos. Podemos hacer justicia desde un escenario, desde una poesía o desde un cuadro. Creo que hablar de heridas generacionales y de una realidad concreta, la de los 2000 en Badajoz, me ha generado más amor y ternura que dolor.
- ¿Por qué esa reivindicación de ser una choni?
- No es que quiera reivindicarlo porque yo no sé ni quién soy. Pero hay ciertas realidades y contextos que me lo recuerdan. Para mí ser choni tenía que ver con una estética, una música y una forma de conjunto. Pero no sé si soy la persona para reivindicar nada. Hay gente que probablemente lo haría mucho mejor que yo, pero lo puedo defender porque lo he sido.
- Pues ahora esa estética choni ha permeado a todas las clases.
- Es verdad que puede estar en diferentes clases económicas, ya no es de clase baja porque al final el capitalismo siempre gana. Y si pueden sacar dinero para vender cosas, lo harán.
- Hay una frase al inicio de la novela, en relación a las mujeres que erais en aquel momento, que marca lo que sigue: «Podíamos salir, gritar, beber, bailar, follar, quedarnos preñadas y enterarnos porque nuestra pareja acababa de darnos una paliza y al comenzar a sangrar, nos íbamos a urgencias»
- Eso es durísimo, pero es que yo recuerdo conversaciones con chavalas de mi edad y vivíamos como normales tantas cosas: relaciones de maltrato, abortos… Muchas mujeres nos hemos ido dando cuenta de los abusos que hemos sufrido de mayores. Las chicas de la generación actual tienen palabras que yo no tenía y ese lenguaje les ha configurado un mundo y les ha dado una mirada.
- ¿Qué palabras?
- Feminismo, por ejemplo. En mi cotidianidad no existía la palabra. Existía en el mundo porque el feminismo no ha llegado hace dos días, pero no estaba en nuestro lenguaje cotidiano. Y ahora es raro que una chavala de 13 años no habite esa palabra y no sepa poner límites mucho mejor que nosotras. En nuestra generación era muy habitual ver cómo se llamaba a las mujeres putas. Y el lenguaje es la primera forma de violencia. Además aquí abrimos el gran universo machista en el que… ¿por qué ser puta es denigrante para el resto de las mujeres? ¿Por qué aún hoy sigue siendo un señalamiento a un montón de mujeres que habitan esas realidades? ¿Por qué hay señores que son puteros, pero el señalamiento es hacia ellas?
- ¿Por qué ha decidido poner el foco también en los trastornos alimenticios de esa generación?
- Porque cada vez hay más. Los retoques estéticos han aumentado en unos porcentajes bestiales y los trastornos de conducta alimentaria también. Muchos de ellos tienen que ver con las redes sociales. Pero nuestros referentes de cuerpo en la adolescencia eran mujeres tremendamente delgadas, con problemas de anorexia y bulimia. Nosotras hemos crecido odiando y rechazando nuestro propio cuerpo, nos han enseñado a odiar lo que somos, a intentar modificarlo y a que nunca sea suficiente. Mi libro está escrito desde lo físico porque sin duda la violencia que sufrimos muchas mujeres es física. Ejercida desde fuera, pero también desde nuestro propio cuerpo.
- ¿Esos cánones los sigue aún teniendo en su interior?
- Sí, claro, obvio, pero es que vivimos en el mundo en el que vivimos. Y si alguien me dice que no, es que ha llegado a un punto de iluminación que yo no he conseguido. La presión social es la punta de un iceberg que es mucho más profundo y está mucho más arraigado en la concepción de cómo nos miramos y cómo nos han hecho creer que nunca seremos suficiente. La manera de ser aceptadas es formar parte de una estructura que no solo tiene que ver con cuál es tu cuerpo, sino con cómo lo habitas. Y yo sigo atravesada por eso aunque no me haga sufrir. Ya no tengo esa necesidad de vivir en el permanente canon. A día de hoy, una de las cosas que me genera muchísima ansiedad es pensar que cuando cumpla 70 años voy a haber gastado demasiado tiempo en mi físico, en odiar mi cuerpo. Yo soy una coqueta que te cagas, me gusta la chulería, pero la industria de la belleza ha asfixiado a las mujeres hasta el agotamiento.
- En esta novela se muestra también la forja de una conciencia política casi inconsciente y eso ha acabado marcado su carrera también como actriz
- No, no, no, es que me preguntáis porque ya habéis entendido que hablo. Yo habito este mundo y cuando a mi alrededor hay cosas dolorosas y violentas, que yo las veo, me generan enfado porque son injustas.
- De esa novela se desprende también una cierta desesperanza hacia la política.
- Porque es que la cosa está regular. A mí me parece que las instituciones nos han abandonado y han dejado de escuchar a la gente. Han perdido suelo. Yo considero que la política es importantísima, que nos atraviesa, pero ahora mismo está en los barrios, en las juntas de vecinas, en la relación con tu familia o en cómo decides vivir más que en unas instituciones alejadas de construir una vida mejor.
- ¿Teniendo afinidad política con el actual Gobierno, siente una desafección mayor por lo que está pasando?
- Es que ya no estoy ahí, no es mi universo. Yo estoy aquí contigo hablando, con mi gente, con lo pequeño… He deposito mi confianza en la gente que realiza acciones pequeñas en distancias cortas. Me parece que la política está ahí, en los barrios y a esa decisión política le entrego yo mi amor.
- Me gustaría que mirara ahora a la Carolina de 19 años que se vino a Madrid. ¿Qué siente hacia ella?
- Menudo coño tenía ella, qué tía poderosa. Yo he sido siempre muy cabezota y cuando me dicen que no voy a conseguir algo me entra mucho coraje. Y luego me hostio por todos lados, sin duda, pero mi carácter es ir con todo hacia adelante. Ahora lo pienso porque voy a cumplir 34 años, pero tenía 19 en aquel momento. Era muy pequeña. Yo ahora tengo una hermana de 17 y me parece muy pequeña. Claro que hay cosas que podría haber hecho muchísimo mejor, pero la edad te da herramientas y me gusta mirarme con el conocimiento que tengo ahora.
- ¿Hay algo de rabia en esa mirada hacia el pasado?
- En mi habitan todas las emociones, absolutamente todas. Y en los últimos años me he reconciliado con eso, no pretendo estar solo en emociones que sean positivas. Las emociones hay transitarlas, sublimarlas y transformarlas, pero no negarlas. Y nuestra generación está llena de rabia porque somos de las últimas a las que engañaron. Porque pienso en la gente joven de ahora y me parece una cosa terrorífica el consumo desmedido de benzodiacepinas, de antidepresivos y de ansiolíticos a los 15 años. Es terrible que a esas edades ya estén viviendo la tristeza y la ansiedad. Porque en nuestra generación la rabia te impulsaba a modificar las cosas y al menos teníamos un objetivo. No sé cuál, pero lo teníamos. Y esta generación no sé si tienen esa ilusión de caminar hacia adelante. No quiero hablar por ellos, pero cuando aparece la desidia, la tristeza y la apatía es porque no hay un motor.
- ¿Una cierta sensación de entrega?
- Sí, es como rendirse, pero ya te digo que no puedo hablar por por una generación entera porque hay muchas realidades diferentes. Y a la vez te digo que la gente joven nos lleva una ventaja en muchos aspectos que flipas. Cosas que nosotras ni olíamos, ellos con 14 años las domina. Saben poner límites en algunas cosas que a mí me han costado muchísimos años que tenía derechos en las relaciones, en la familia, con los padres, con los colegas, con tu jefe. Es increíble lo claro que tienen las cosas. Eso me da envidia a veces
- ¿Cómo es su relación ahora con Badajoz?
- Ahora siento muchísimo más amor a mi tierra y a la vez soy consciente de lo que falta. Para mí, allí están los mejores seres humanos que conozco, pero a la vez no deja de ser un lugar al que todavía le falta mucho impulso. Hay muchísimo talento en Extremadura y me genera enfado y pena las pocas herramientas y la poca industria que tenemos. Y vuelvo a lo anterior, considero que es la gente quien puede hacerlo: desarrollar un tejido cultural valioso en nuestra tierra. Me da pena ver que mis colegas de Barna, de Madrid, de Sevilla, de Bilbao han podido desarrollar sus inquietudes al lado de su familia, a tres calles o a media hora. Y que los que somos de provincias hemos tenido que renunciar a eso. Y esa es una renuncia que cada vez me duele más.
- ¿Cómo está la Carolina de ahora, desde los 34 años, en comparación con esa adolescente?
- Yo ahora estoy bien y tranquila, aunque transito miedos. En mi oficio todo el rato puede pasar que te dejen de llamar, pero intento entender que eso forma parte de a lo que he decidido dedicarme hasta el día en que me muera.
- Parece poco probable que la dejen de llamar, ¿no?
- Nunca se sabe, pero no quiero vivir con ese miedo. Si a mí algún día me dejan de llamar, que no tiene por qué pasar, quiero entender que hay una cantidad de formas de vivir enormes. No quiero sentir por nada del mundo que se me acabase la vida, ni que soy una fracasada. A mí lo único que me da mucho miedo es la precariedad. Me da pavor, me cago viva de pensar en no tener para pagar el alquiler ni mantenerme. Pero yo me voy a empeñar al máximo para que eso no pase.
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