<p class=»ue-c-article__paragraph»>La división que sufre el Gobierno por la nueva política de gasto militar que ha ordenado la UE es la reproducción, a escala española, del escenario europeo con el que <strong>Putin</strong> había contado a su favor desde el inicio de la invasión -con la colaboración del húngaro <strong>Orban</strong>, Vox y Podemos, entre otros actores contrarios a la democracia liberal- y que había fomentado y moldeado con sus periódicas amenazas nucleares. Esto es, la tramposa dicotomía entre una supuesta «opción belicista», que aboga por armar a Ucrania para que pueda defenderse, o un pretendido pacifismo con el fin de evitar la «escalada internacional» del conflicto, que reparte responsabilidades entre el agresor ruso y el agredido ucraniano, y culpa de todo a la OTAN.</p>
Sumar y Vox alimentan la narrativa rusa de una Europa desarmada y rehén
La división que sufre el Gobierno por la nueva política de gasto militar que ha ordenado la UE es la reproducción, a escala española, del escenario europeo con el que Putin había contado a su favor desde el inicio de la invasión -con la colaboración del húngaro Orban, Vox y Podemos, entre otros actores contrarios a la democracia liberal- y que había fomentado y moldeado con sus periódicas amenazas nucleares. Esto es, la tramposa dicotomía entre una supuesta «opción belicista», que aboga por armar a Ucrania para que pueda defenderse, o un pretendido pacifismo con el fin de evitar la «escalada internacional» del conflicto, que reparte responsabilidades entre el agresor ruso y el agredido ucraniano, y culpa de todo a la OTAN.
Durante los tres años que Ucrania ha resistido la «operación especial» de Moscú, estas dos tendencias -un supuesto belicismo y un falso pacifismo- han estado presentes en el debate europeo y han condicionado negativamente la ayuda armamentística entregada a Zelenski: la necesaria para no sucumbir ante el ejército ruso y resistir la invasión, calmando así las conciencias del buen ciudadano europeo, pero insuficiente para lo justo y necesario: ganar la guerra y sacarse a Putin de encima.
No obstante, el regreso de Trump con su beligerante y faltón discurso respecto a Europa, la amenaza de guerra comercial y su coincidencia con Rusia en el deseo de doblegar rápidamente la resistencia ucraniana, ha hecho entender a la UE, de manera súbita y descarnada, que en breve puede quedarse sin el paraguas militar norteamericano bajo el que se cobijaba alegremente desde la Segunda Guerra Mundial. Unificado las posiciones en la mayoría de las capitales europeas respecto a impulsar con urgencia una política de rearme que, con la inversión de 800.000 millones, dote a la UE de la fuerza militar necesaria para garantizar su seguridad frente a Rusia y otras amenazas, ganando en autonomía respecto a EEUU.
Reticente a aprender de sus errores históricos, Europa finalmente ha asumido que la paz, como escribió Ortega en 1938, nunca ha sido un privilegio regalado -un fruto de un árbol del que el hombre puede gozar-, sino que debe ser construida día a día. Y en la actual reconfiguración del escenario internacional, la opción pacifista pasa por tener la capacidad disuasoria frente a amenazas exteriores.
Como era de esperar por sus antecedentes y composición, el cambio de Bruselas ha descolocado al Gobierno de Sánchez y evidencia la anomalía europea que supone albergar en su seno a una coalición de partidos como Sumar, con voces alineadas -por voluntad propia o enajenación intelectual- con las tesis de Moscú.
Una situación que, con la excepción de Hungría y Eslovaquia (dos gobiernos putinejos), no se da en ningún otro ejecutivo europeo. Es normal, por tanto, que desde el inicio de su pacto de Gobierno, PSOE y Sumar hayan tratado de poner sordina a sus diferencias. Un encubrimiento que el nuevo escenario internacional ya no les permite porque, entre otras razones, España debe dejar de ser uno de los países que menos aporta a la OTAN (1,28% del PIB).
Si en la anterior coalición gubernamental la narrativa rusa -y algo más- la aportaba en el Consejo de Ministros a través de Pablo Iglesias y su Podemos, hoy los principales representantes son los ministros Sira Rego y Ernest Urtasun. En su trayectoria como eurodiputada de IU, Rego se mostró contraria a la «deriva belicista» de la UE, incluyendo el aumento de presupuestos en Defensa y el envío de armas a Ucrania. En 2023, votó en contra de una resolución que condenaba como crimen contra la humanidad la deportación forzosa de niños ucranianos a campos en Bielorrusia por parte del ejército ruso.
La resolución también señalaba al dictador bielorruso Lukashenko como responsable y pedía sanciones adicionales contra los implicados en estas deportaciones. La ministra de Juventud entonces no lo consideró condenable.
La singladura de Urtasun en la Eurocámara no le fue a la zaga: en noviembre se abstuvo en una votación que buscaba declarar a Rusia como Estado terrorista debido a las atrocidades cometidas en Ucrania. Y expresó sus reservas sobre el envío de armamento a Kiev.
Si bien desde que disfrutan de la cartera ministerial, Rego y Urtasun no se han desmarcado de la posición oficial del Gobierno, ayer, antes de la reunión con la que Sánchez y Yolanda Díaz intentaron consensuar un punto de equilibrio, Gerardo Pisarello, secretario de la Mesa del Congreso y miembro de Sumar, sintetizó la posición de la izquierda populista mediante unas palabras que bien podría haber escrito el ministro ruso Lavrov o pronunciado Santiago Abascal: «No a la escalada belicista en nuestro nombre. No queremos una Europa que se prepare para enviar a nuestros hijos a ninguna guerra».
La clase de ‘pacifismo’, «no queremos comprar tanques para cerrar hospitales», que gusta en Moscú y a Trump, ya que les garantiza tener a Europa como desarmada y rehén, y que por este mismo motivo resulta incomprensible que, en la encrucijada existencial que vive la Unión Europea, esta posición anide en el Gobierno con la protección de Sánchez.
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