<p class=»ue-c-article__paragraph»>El dominio del turismo como primer motor de la economía española siempre ha desatado pasiones encontradas. Entre los detractores, el sector se asocia a los empleos de poco valor añadido, a los salarios bajos, a los estereotipos castizos y a la estacionalidad. Y entre los defensores, a la certidumbre, la especialización y a intangibles notables como la promoción exterior de una sociedad cálida y tolerante. La verdadera marca España.</p>
El dominio del turismo como primer motor de la economía española siempre ha desatado pasiones encontradas. Entre los detractores, el sector se as
El dominio del turismo como primer motor de la economía española siempre ha desatado pasiones encontradas. Entre los detractores, el sector se asocia a los empleos de poco valor añadido, a los salarios bajos, a los estereotipos castizos y a la estacionalidad. Y entre los defensores, a la certidumbre, la especialización y a intangibles notables como la promoción exterior de una sociedad cálida y tolerante. La verdadera marca España.
En todo caso, la letanía constante sobre la conveniencia de hacer un país «menos turístico y más industrial» o «menos turístico y más innovador» parece lejos de cumplirse. Según CaixaBank Research, en 2026 el sector alcanzará el 13,1% de nuestra riqueza después de crecer un 3,2% bastante por encima de la media de la economía. España se beneficia de muchos factores. Algunos son coyunturales, como la buena situación geopolítica (o la mala de los competidores), otros son estructurales, como la seguridad o la calidad de los servicios, pero también los hay sobrevenidos, como el espíritu pospandémico que prioriza el gasto en bienestar sobre los bienes duraderos.
Precisamente, el transcurso de la pandemia ha generado un doble efecto sobre el turismo cuando más débil estaba. No sólo se ha visto beneficiado por la alegría de vivir de decenas de millones de seres humanos que durante unos meses creyeron que el mundo se acababa, sino que el sector se vio obligado a acometer unos procesos de eficiencia y sofisticación extremos para reducir todo tipo de fricciones internas, empezando por las físicas. Ese salto tecnológico e innovador del turismo español se traduce todos los años en el incremento de su índice de rentabilidad más reconocible, el RevPar o ingreso por habitación disponible, que ha crecido primero a triple dígito en 2022, después a doble en 2023 y 2024 y todavía a un saludable 6,8% en lo que llevamos de 2025. El gasto medio por visitante es hoy un 27% superior que en 2019 y es muy llamativo que las autonomías menos explotadas, como Asturias o las castillas, sean las grandes beneficiadas. En ello ha tenido que ver la inflación, pero también la apuesta del sector por la inversión en el segmento de mayor calidad.
Los hoteleros y los restauradores no diseñan valiosos microchips de última generación y su aportación al PIB continúa siendo más extensiva que intensiva. Además, se enfrentan a desafíos gigantes como los problemas de popularidad por la escasez de vivienda o el cambio climático. Pero el sector está conformado por pymes que prosperan y multinacionales que mantienen sus centros de decisión en España. Merece la pena hablar bien de ellos.
Actualidad Económica