<p class=»ue-c-article__paragraph»>¿Es posible que, a la larga, el <i>caso Koldo-Ábalos-Cerdán</i> no cambie nada? La hipótesis parece absurda, dado el <i>shock </i>que han causado las revelaciones de las últimas semanas. Una conmoción que parece distinta de todas las que se han vivido desde que <strong>Pedro Sánchez</strong> alcanzó la Moncloa. La corrupción añade un nuevo elemento de desgaste, distinto de los que tanto se han denunciado en los últimos años -cesiones a los socios, colonización de las instituciones, etc.-. También es novedoso que se escuchen críticas al otro lado del muro, ese que Sánchez invocó de forma expresa en su última investidura pero que había construido mucho antes. Si añadimos a todo esto la expectativa -quizá imprudente- de que pronto «saldrán más cosas», se entiende que muchos vean lo que ha pasado estos días como la puesta en marcha de algo que ya es irreversible: el final del sanchismo.</p>
«Sánchez confía en que este escándalo pase como pasaron los anteriores, y que dentro de unos meses todo siga más o menos como estaba»
¿Es posible que, a la larga, el caso Koldo-Ábalos-Cerdán no cambie nada? La hipótesis parece absurda, dado el shock que han causado las revelaciones de las últimas semanas. Una conmoción que parece distinta de todas las que se han vivido desde que Pedro Sánchez alcanzó la Moncloa. La corrupción añade un nuevo elemento de desgaste, distinto de los que tanto se han denunciado en los últimos años -cesiones a los socios, colonización de las instituciones, etc.-. También es novedoso que se escuchen críticas al otro lado del muro, ese que Sánchez invocó de forma expresa en su última investidura pero que había construido mucho antes. Si añadimos a todo esto la expectativa -quizá imprudente- de que pronto «saldrán más cosas», se entiende que muchos vean lo que ha pasado estos días como la puesta en marcha de algo que ya es irreversible: el final del sanchismo.
Sin embargo, el comportamiento de Sánchez en la última semana muestra que él espera lo contrario. Que confía en que este escándalo pase como pasaron los anteriores, y que dentro de unos meses todo siga más o menos como estaba. Algunos cambios en el partido, algunas medidas cosméticas como la auditoría externa, algunas consignas -eso sí, repetidas hasta la saciedad- sobre lo dolidos que están los socialistas y lo bien que gestionan sus casos de corrupción («no como otros»), y pelillos a la mar. Es más, el presidente no parece fiar su supervivencia a un cambio de rumbo. Puede que este escándalo sea distinto, pero Sánchez lo va a manejar como si no lo fuese.
El guion es, efectivamente, muy reconocible. Los socios se muestran levantiscos pero, al final, prefieren que Sánchez siga -pagando- antes que apoyar una moción de censura o unas elecciones. Las críticas dentro del oficialismo se conjuran azuzando el miedo a la alternancia, que ya se presenta abiertamente como un cataclismo. El horizonte se va sembrando de maniobras para erosionar los contrapesos del sistema, ya sean a plena luz del día -como las reformas del Poder Judicial- o encubiertas -como los cambios en la UCO sobre los que informaba ayer El Confidencial-. La conversación pública se va distrayendo con nuevos temas impulsados desde la propia Moncloa; siempre se puede organizar una comparecencia institucional urgente para anunciar cuestiones que no revisten urgencia alguna. Así se terminará activando el arma más eficaz del arsenal sanchista: el olvido.
Puede, sí, que todo esto sea insuficiente. Pero Sánchez lleva siete años demostrando que conoce muy bien a sus votantes. Mejor, incluso, de lo que algunos de ellos se conocen a sí mismos: hay una cantidad considerable de personas que un día se despertaron pensando que la amnistía a Puigdemont no era, en el fondo, tan mala idea. Es cierto que la oposición tiene un papel fundamental a la hora de luchar contra la indiferencia y la amnesia inducidas desde el Ejecutivo. Pero ya señaló Manuel Arias Maldonado hace tiempo que los verdaderos protagonistas de esta historia serán otros: «No es verdad que Sánchez haga lo que Feijóo le deja hacer. Sánchez hace más bien lo que los españoles le dejan hacer».
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